María Cristina de Borbón, reina de España

Autor: 
Vicente López Portaña

Ubicación: Sala 75. [P865]

Cronología: 1830
Técnica: Óleo
Soporte: Lienzo
Medidas: 96 cm x 74 cm
Escuela: Española
Tema: Retrato
Expuesto: Si
Procedencia: Colección Real

Sala 75

Con este retrato de boda de María Cristina de Borbón, pintado por Vicente López en 1830, iniciamos un recorrido por el siglo XIX, en el que vamos a encontrar a tres mujeres en el centro del poder político. Dos como regentes, María Cristina de Borbón y Maria Cristina de Habsburgo, y una como reina: Isabel II. Las tres encarnan un paso trascendental en la historia de España que va del absolutismo de Fernando VII al liberalismo burgués.

María Cristina de Borbón fue la cuarta y última esposa de Fernando VII. Con este enlace se repetía una vez más la tradición del rey que casa con una joven sobrina en la esperanza de conseguir descendencia. Ante la posibilidad de una sucesión femenina, el rey publicó la “Pragmática sanción” que abolía la ley Sálica, vigente desde 1713, que impedía reinar a las mujeres. No aceptada por su hermano don Carlos María Isidro y los absolutistas, el nacimiento de Isabel dirigió la acción real hacia los liberales, buscando en ellos el apoyo necesario para garantizar en ella la sucesión. Los liberales, moderados y progresistas, conscientes de la oportunidad que se abría para el cambio político, se implicaron sin dudarlo.

Así, los primeros años de María Cristina como reina consorte fueron de esperanza para los sectores liberales, antes perseguidos por el absolutismo fernandino. En 1832 se les concedió una amnistía, que hizo decir a Mariano José de Larra: “Nuestra Reina, a quien tanto tenemos que agradecer, es quien nos inspira confianza: su protección decidida en todo lo bueno”. Al morir Fernando VII en 1833, ser nombrada regente y desencadenarse la guerra carlista, en su figura se encarnó la resistencia a los ultra-apostólicos, siendo partidaria de llevar adelante un programa que limitase el absolutismo y plantease reformas liberales.

María Cristina se mantuvo siempre junto al sector más moderado del liberalismo y aceptó a los progresistas en el gobierno sólo cuando las circunstancias no dejaban otra salida, como el levantamiento de los sargentos en La Granja en 1836, o cuando cuatro años después Espartero le exigió que anulara la ley de ayuntamientos promulgada por ella que suponía la imposición de la Corona en el nombramiento de los alcaldes. Este enfrentamiento provocó su primer exilio, en el que no dejó de colaborar con el sector moderado. En 1844, tras el pronunciamiento y acceso al poder del general Narváez, que sacó a los progresistas del gobierno, María Cristina volvió a España con una firme voluntad de intervenir en la política de su tiempo.

Fue criticada y parodiada por su vida privada, ya que a los tres meses de morir Fernando VII contrajo matrimonio en secreto con un guardia de corps, Fernando Muñoz, con el que tuvo ocho hijos, y al que protegió en negocios que los enriquecieron. Pese a las luces y sombras de su regencia, debe reconocérsele su perspicacia política al no consentir en ningún momento pactar con los ultra-conservadores, que incluso intentaron desposar a su hija Isabel II con el hijo de Carlos María Isidro, en un intento de introducirse en la Corte a través del fin del conflicto dinástico e ideológico que asolará el siglo XIX español. De nuevo en 1868, tras la llamada “Revolución Gloriosa”, volvió a salir exiliada de España rumbo a París acompañando a su hija la reina Isabel II.

Posteriormente, representó los intereses dinásticos en las negociaciones con Cánovas del Castillo para impulsar la restauración de los Borbones en la figura de su nieto el príncipe Alfonso.

María Cristina de Borbón también impulsó la revitalización del panorama cultural español, especialmente en el ámbito musical, volviendo a poner de moda la ópera. Su hija Isabel II continuaría su labor inaugurando en 1850 el Teatro Real.

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