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La venerable madre Jerónima de la Fuente

Ubicación: Sala 10
Cronología: 1620
Técnica: Óleo
Soporte: Lienzo
Medidas: 160 cm x 110 cm
Escuela: Española
Tema: Retrato
Procedencia: Adquisición, 1944

Cuando Velázquez realiza este retrato es un joven de 21 años, que hace pintura religiosa por encargo, y que desea conquistar la Corte. Su modelo, en cambio, es una mujer de 65 que está a punto de emprender un viaje a Manila para cumplir un sueño evangelizador y fundador largamente aplazado.
El retrato está hecho en los momentos previos a la partida de su largo viaje, que durará un año y tres meses y la llevará al extremo más alejado del imperio español para fundar el primer convento de Clarisas en Manila, Filipinas, donde morirá en 1630. El pintor concentra en la mano firme que sujeta la cruz y en el rostro toda la energía y entereza del personaje, que nos mira con aplomo y serenidad decidida.
En los numerosos conventos que había en España en los siglos XVI y XVII coincidían mujeres de distintos aspiraciones y condiciones. Muchas de ellas se veían obligadas a profesar porque sus familias no disponían de recursos para proporcionarles dotes suficientes para el matrimonio, pero para otras el convento podía significar la oportunidad de desarrollar un proyecto personal al margen del matrimonio y la maternidad, además de aprender a leer y escribir, e incluso desarrollar habilidades vetadas a muchas de las mujeres de su época. Así, algunas de ellas, a través de los trabajos fundacionales y evangelizadores, consiguieron ser parte activa de la cultura imperialista del momento.
La madre Jerónima es un ejemplo de estas mujeres cultas y de gran voluntad. Profesó con tan solo quince años en el convento de Santa Isabel de los Reyes de Toledo, y a imitación de Santa Teresa de Jesús quiso desarrollar un papel evangelizador y, como ella, al final de su vida escribió también una obra sobre su experiencia fundadora.
Cuando la madre Jerónima llegó a Filipinas, se encontró un territorio de gran inestabilidad política y tuvo que solventar muchos problemas, sobre todo con la a jerarquía eclesiástica que pretendía que su fundación no mantuviera de forma tan férrea el voto de pobreza. También tuvo que luchar para defender la admisión de mestizas y mujeres sin dote dentro de los conventos. Sin embargo, ella y las monjas que la acompañaban supieron ganarse enseguida el aprecio del pueblo, al poner el fin evangelizador por encima de todas las consideraciones de raza, credos o recursos económicos.