Bata

Ubicación: Sala Ilustración y Casticismo

Cronología: 1770

La silueta femenina en el XVIII recuerda, al igual que en el siglo XVII, el perfil de un reloj de arena con el afinamiento de la cintura y el encorsetamiento del pecho bajo la basquiña. La libertad de movimiento era muy limitada debido a la rigidez de las estructuras de ballenas o de otros materiales que perfilaban la silueta, estrechaban la cintura, dificultaban la respiración e impedían la realización de actividades cotidianas.

La prenda seleccionada, conocida internacionalmente como “robe à la française”, recibió en España el nombre de bata. Se caracteriza por los pliegues planos que parten del cuello, recorren toda la espalda y terminan en una cola. Las batas sólo podían ser lucidas por mujeres de clase social alta ya que, además del elevado coste de sus materiales y la cantidad de tejido empleado, es un tipo de indumentaria que requiere la ayuda de otras personas para vestirse y desvestirse. En una jaula dorada, las mujeres del siglo XVIII no eran autónomas ni en actos ni en apariencia.

El canon de silueta femenina vigente a finales del siglo XVII fue evolucionando durante los años de la regencia de Luis XV (1715-1723), desde los modelos ajustados a las batas con grandes pliegues que caían por la espalda. Estos modelos también se han conocido como “robe a la Watteau”, e incluso los pliegues se han denominado “pliegues Watteau”, al haber sido magistralmente representados en las obras de este pintor francés. A medida que avanzaba el siglo, los pliegues fueron evolucionando y si en torno a 1730 eran muy anchos y abarcaban de un extremo a otro de los hombros, a finales de 1780 fueron estrechándose lentamente y situándose en el centro de la espalda como muestra la bata seleccionada.

La disposición de los adornos en la zona inferior de las batas singulariza en cierto modo la prenda y la acerca más a la moda española. Los aderezos de cintas fruncidas, denominados falbalás o farfalás, se usaban en España con mayor profusión y algo menos de refinamiento que en Francia muy probablemente por influencia de indumentarias de carácter más popular. La reina María Luisa de Parma sentía especial interés por adornos de este tipo hasta el punto de que era capaz de añadirlos a sus trajes de amazona, según contaba el comediógrafo Richard Cumberland.

 

María Luisa de Parma (1765), Antonio Rafael Mengs.

 

Para lucir adecuadamente una bata, las mujeres debían usar también dos prendas interiores: en la zona superior del cuerpo, una cotilla o corsé que, provisto de ballenas, proporcionara un talle esbelto, y en la parte inferior, un tontillo o ahuecador que consistía en un armazón realizado con aros (normalmente de ballena o de junco) unidos con cintas y que sostenía el vuelo de la falda.

La confección de este tipo de prendas no era sencilla. Se necesitaba gran cantidad de tela, lo que no resultaba asequible, y. era indispensable un corte preciso que favoreciera el posterior y complejo ensamblaje de las distintas piezas que componían el patrón para que el aspecto final, y sobre todo la caída de los pliegues traseros, resultaran perfectos. En este contexto de precisión y dificultad las mujeres se abrieron paso en el mundo de la confección. Si en el XVII el oficio de la sastrería era desempeñado por hombres, en el XVIII las mujeres encontraron su sitio destacando, entre todas ellas, la “Ministra de Modas” de María Antonieta, Rose Bertin, de la que también fue clienta María Luisa de Parma. En España se produjo una incursión similar de las mujeres en el ámbito de la confección compitiendo directamente con el elevado número de modistas francesas aquí establecidas.

Las batas sólo se hallaban al alcance de una minoría selecta de las mujeres debido su elevado precio. Esta restricción las convierte en una pieza elitista que simboliza la riqueza y distinción de su portadora. Por el contrario,  los trajes de maja con los que convivían las batas en España, fueron utilizadas tanto por las mujeres de clases sociales más populares como por las burguesas y aristócratas. Esta dualidad tan marcada en la moda española manifiesta la convivencia de las dos visiones de sociedad que existían a finales del siglo XVIII: la visión de una sociedad tradicional, proyectada en la vigencia de la moda aristocrática, y el proyecto de una sociedad moderna y de inspiración europea que se manifiesta simbólicamente en el traje de maja. El cuerpo de las mujeres se convierte, de nuevo, en un símbolo de los valores sociales, morales y políticos de un proyecto de país del que quedaron excluidas.

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