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Traje de baile

Ubicación: Sala Romanticismo
Cronología: 1870.

En el siglo XIX la indumentaria masculina adopta prendas más cómodas y funcionales mientras que el adorno y la fantasía se concentran en la moda femenina. Los trajes de baile, debido a su variedad de tejidos y adornos, se convierten en un símbolo de estatus que se lucía en ocasiones especiales, fundamentalmente en eventos públicos celebrados por la noche, para reflejar la posición socioeconómica del marido.
Los vestidos de baile del siglo XIX se caracterizaban por sus amplios escotes redondos en la parte delantera y de pico en la espalda (lo que hoy se conoce como “escote de barco”). El modelo de baile más conocido desde los años treinta del siglo XIX fue el vestido “de berta”, que consistía en un vestido vaporoso, ceñido mediante una estructura de ballenas y caracterizado por la aplicación de un tejido plisado que bordeaba todo el perímetro del escote y dejaba los hombros al descubierto. El uso de los escotes abiertos y la manga corta se limitaba a los trajes de noche y era impensable que pudieran lucirse durante el día.
Estas restricciones en el uso de las prendas se establecían en las reglas sociales que determinaban la indumentaria adecuada para cada ocasión con el fin de garantizar el éxito social. Desde los años treinta existen numerosas referencias en la literatura, en las revistas de moda y en los manuales de protocolo sobre la manera en que debían vestir las mujeres de acuerdo a su clase social y según la ocasión, debiéndose cambiar de vestido varias veces al día dependiendo del momento en el que se encontrasen o el lugar a donde acudiesen. En los paseos matinales o de tarde las mujeres burguesas acompañaban los vestidos con prendas de abrigo, mantones o pelerinas confeccionados en algodón o en lana según la estación del año. La sombrilla era el complemento imprescindible para estos momentos del día para protegerse del sol, porque la piel bronceada se relacionaba con el trabajo al aire libre. Tanto para los vestidos de mañana como para los de paseo se descartaba el uso de joyas y los escotes y los cuerpos debían ser altos, cubiertos hasta el cuello y de manga larga. Otro momento del día era el de la visita. En esta ocasión se permitía el uso de joyas y de vestidos confeccionados con tejidos más ricos.
Pero el acontecimiento social que permitía un mayor lucimiento del estatus social de las mujeres burguesas y aristocráticas era el baile. La vida social de las familias de clase alta giraba en torno a las recepciones privadas, bailes de máscaras, cenas y asistencias al teatro o a la ópera. Desde el mes de octubre hasta la llegada del verano, los teatros y salones abrían sus puertas a fiestas privadas celebradas por las noches y en las que se requería ir de etiqueta:
“Los lunes se reúne en el elegante Circo del Paseo de Recoletos lo más bello y elegante que la corte encierra y en los palcos y butacas se admiran angélicas mujeres envueltas en tules, sedas y flores, que con su radiante hermosura y con las enloquecedoras miradas de sus radiantes ojos, elevan los corazones a una temperatura más alta que la que marca en estos días el termómetro”.
En el palco de la ópera, óleo de Dionísio Fierros Álvarez (1827-1894).
Las revistas de moda marcaban los cánones estilísticos que debían seguir las jóvenes solteras en los eventos sociales y especialmente en los bailes. Se recomendaba el uso de vestidos elaborados en gasa, la elección de colores claros que simbolizaran la pureza y la inocencia y llevar pocas joyas para no hacer ostentación y evitar que los posibles pretendientes las identificasen con el estereotipo de muchacha frívola incapaz de formar una familia y atender el hogar. Los tejidos más ricos, los colores más llamativos y las joyas se reservaban exclusivamente para las jóvenes desposadas.
Las mujeres complementaban los vestidos de baile con zapatillas o botines con un tacón de unos dos centímetros y medio. También era habitual el uso de guantes de piel hasta la muñeca, de joyas que no debían lucir durante el día y de abanicos que se convirtieron en un complemento imprescindible en los teatros y salones de baile. Para cubrir sus hombros y escotes, las mujeres se decantaron por amplios pañuelos y estolas de puntillas que caían sobre su torso sin aplastar el volumen de las faldas. En cuanto al peinado, durante el día los moños eran bajos, casi pegados a la nuca y en ocasiones recogidos con una redecilla debido al uso de pequeños gorritos y tocados. Para la noche los peinados se hicieron más altos, con cabellos ondulados que se adornaban con flores, cintas, tiaras y dejando bucles sueltos.
Los vestidos de baile constituyeron el reflejo del estatus social de las mujeres burguesas, del “ángel del hogar”, cuyas responsabilidades se centraban en la dirección de las tareas domésticas, la lectura, la costura y tocar el piano. El carácter ostentoso de los vestidos de baile y el carácter elitista de los salones de baile y recepciones privadas convirtieron este tipo de indumentaria en un signo de distinción de clase.